El Oscar 2013 a la mejor fotografía ha sido para La vida de Pi, la última película de Ang lee. He de confesar que no he visto la película hasta que recibió los numerosos premios en la gala. Y no me ha gustado, no he conectado con la historia y mucho menos con la falsa fotografía.

En mi defensa, pues hay muchos que se confiesan enamorados de la película, puedo decir que no la he visto en tres dimensiones. El cine donde la proyectaban a una hora que me viniera bien sólo era de dos dimensiones, pero digital. Es muy significativo que en una de las páginas más importantes del mundo del cine no se aclaren con el género. Literalmente pone: Aventuras. Drama. Aventuras marinas. Supervivencia.3D. Animales. Yo tampoco.

Pero vamos a la fotografía, que es lo que interesa. Este año estaban nominados Claudio Miranda por La vida de Pi, Seamus McGarvey por Ana Karenina, Robert Richardson por Django desencadenado, Janusz Kaminski por Lincoln y Roger Deakins por Skyfall.

El vencedor ha sido Claudio Miranda, que nació en Chile pero su familia muy pronto emigró a los Estados Unidos. De su tierra natal parece que no le queda ni el idioma. En la industria cinematográfica se ha hecho un hueco a fuerza de trabajo y esfuerzo. Empezó como eléctrico, pero gracias a su amistad con el genial David Fincher fue escalando hasta conseguir trabajar como director de fotografía en Novia por contrato, una película para olvidar en todos los sentidos. Pero su segunda película fue El curioso caso de Benjamin Button, con la que obtuvo su primera nominación. Fue vencido por Anthony Dod Mantle y su Slumdog Millionaire, mucho más arriesgada y menos clásica que la historia interpretada por Brad Pitt.

Creo que es un premio injusto. Si por algo destaca la película, es por la espectacularidad de los efectos especiales. Todo lo que vemos está creado por un ordenador. Lo único real son los actores, y seguro que han pasado por el retoque digital, para darle a todo un acabado perfecto. Toda la parte central de la película transcurre en el mar, en un bote salvavidas, que en realidad jamás se ha movido de un estudio aséptico y verde para luego poder trabajar más cómodamente delante del ordenador. Casi te crees que es real lo que ves.

Que conste que no estoy diciendo que no me parezca bien el uso de la tecnología digital. Merece todos los premios en este apartado, pero la fotografía no tiene ningún mérito, pues no es otra cosa que una recreación digital idealizada de la realidad. Si el director quería filmar uno de las espectaculares puestas de sol postaleras que pueblan el excesivo metraje, más que decírselo a nuestro director de fotografía, se lo comentaría al departamento digital. Luego estos hablarían con Claudio Miranda y le dirían las posibilidades técnicas, no muy complicadas porque para el tigre ya había quince personas trabajando. Así sólo tenía que elegir la posición de cámara para filmar esas luces idílicas y forzadas, esas tormentas perfectas, esa manera de hundirse en el mar con las luces del barco justo detrás para crear un silueta impresionante. En el ordenador es más fácil crear una paleta de colores acorde con los sentimientos de cada momento.

Con el premio a los mejores efectos especiales hubiera bastado, aunque ya sabemos cómo funcionan muchas veces los Oscar, muchas veces injustos. Porque este año estaba la fotografía dura y sucia de Django desencadenado, llena de polvo y de homenajes al spaghetti western, gracias a la labor de Robert Richardson, que ya recibió el año pasado el premio por La invención de Hugo, otro canto al mundo digital que se está imponiendo año tras año. Seguro que quería desintoxicarse del exceso de pixel. La tecnología es buena cuando no se nota.

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