Aquellos que sigan este blog, conocen mi debilidad por esta mujer. Si la fotografía fuera una religión mitológica, dios sería Avedon y a su derecha Cristina García Rodero. En Alcobendas, cerca de Madrid, la capital de España, está exponiendo ahora mismo la única fotógrafa de la agencia Magnum.

España es un país donde han proliferado los edificios con el síndrome Guggenheim en casi todas las poblaciones. Intentan emular a la obra maestra de Frank Gehry de Bilbao. Esto supone construir en pequeñas ciudades mega edificios ultramodernos infrautilizados. Los gobernantes no quieren varios centros pequeños, como bibliotecas, salas de exposiciones..., que sean útiles a la población y de bajo coste. Prefieren pasar a la posteridad como los artífices del aumento del prestigio de la población que tanto aman gastando el dinero de todos sin pensar. La exposición de esta mujer está en uno de estos centros, el Centro de Arte Alcobendas. El día que fui a visitarla sólo había un espectador hablando por el móvil, haciendo tiempo. Una verdadera pena. Dentro del edificio hay personas que se ilusionan y trabajan, algo que convertirá el edificio en algo vivo.

Cristina García Rodero. Combatiendo la nada es una selección de su obra centrada en la figura de la mujer, desde que nace hasta que se convierte en una venerable anciana. Como viene siendo costumbre, las copias, seguramente realizadas por Juan Manuel Castro Prieto, tienen una factura exquisita. Son de gran tamaño (115 cm el lado mayor) a partir de negativos de 35 mm. Son fragmentos de sus proyectos fotográficos, desde España oculta hasta el que podremos ver en un futuro en el museo Guggenheim de Bilbao, Entre el cielo y la tierra, con el que lleva trabajando más de quince años, creo recordar.

Sus fotografías son tan buenas que valen por sí solas. Tiene un estilo propio. No necesitan ningún apoyo. Pero recordemos que Cristina trabaja con series. Entonces es cuando empiezas a comprender el trabajo que supone su obra. Son años y años de viajar a los mismos lugares, buscar los mismos ambientes bajo otra luz, contactar con gente que sepa desenvolverse en todo tipo de ambientes y trabajar horas y horas sin parar. Conozco a tipos enormes que han tenido que pedir a la fotógrafa que parara un poco que no podían seguir su ritmo endiablado. La fotografía como un combate, nunca como un paseo.

Una vez tuve la suerte de trabajar junto a ella, por casualidad. Fue en una fiesta religiosa en la plaza Mayor de Madrid. Hice mi parte, pero confieso que con el rabillo del ojo observaba cómo se movía. Para los que no la conozcáis, es una mujer pequeña y regordeta, pero tiene el don de la agilidad, el mismo ritmo que debía tener Cartier Bresson para moverse sin ser visto. Tenía controlada varias zonas, y cuando veía que una cambiaba, iba corriendo a por ella, sin hacer ruido ni llamar  la atención, para no perder el momento. Era cercana a la gente que fotografiaba. No dudaba en hablar y comentar todo lo que pasaba. Incluso jugaba con los niños. Tuve la sensación de que se tomaba el trabajo como un juego. Sólo que competía como si estuviera en los juegos olímpicos. Como ella misma dice:

En cuarenta años, en definitiva, he fotografiado de muchas maneras. Al principio los autores que más influyeron en mi fueron los retratistas: Irving Penn, Richard Avedon y Diane Arbus. Al principio yo era retratista y, desde luego, colocaba muchísimo a las personas, te hablo de cuando yo tenía veinte años. Cuando empecé a fotografiar fiestas, empecé así: eran retratos de grupos, de gente vestida para la fiesta, hasta que me di cuenta - porque no he pasado por ninguna escuela - de que aquello no tenía sentido, de que la realidad era mucho más interesante y de que una fiesta era movimiento y que  fotografiar  a una persona muy bien compuesta, la persona con el traje más bonito a la puerta de casa, quieta, pues sí, era muy válido, pero la acción era para mí mucho más importante todavía. Entonces el retrato dio paso a otro tipo de retrato, pero en movimiento. Lo importante era entonces captar el movimiento y según he ido trabajando  más, ya todo vale. Todo vale en tanto que ya no es el retrato de una persona en movimiento sino todo el caos, que tu reorganizas y ordenas y que antes rehusabas. Porque antes se te metía alguien en el plano y te fastidiaba, pero ahora lo aprovechas y trabajas con una rapidez tremenda porque es algo que te ha dado la experiencia, esa capacidad de trabajar a toda velocidad. Lo que no admito es alterar la realidad,  que tú transformes  la realidad para hacer creer que eso que fotografías existe así, me parece un engaño espantoso. Hay muchas formas de entender la fotografía, y para mí todas son válidas, lo que no me parece válido es intentar engañar a la gente, eso es lo que no me parece honesto.

José María Díaz Maroto, conservador y Comisario de la Colección Alcobendas, y uno de los responsables de que la fotógrafa recibiera el II Premio Internacional de Fotografía Ciudad de Alcobendas, y por ende del montaje de la exposición dice de ella:

Si tuviera que buscar una nota característica y esencial en la forma de ser de Cristina García Rodero esta sería, sin lugar a dudas, su frenética pasión por transformar todo en imágenes, sin desperdiciar ni un minuto las posibilidades que le ofrece la vida para reflejar con una carga de sensibilidad, ternura y bondad al ser humano.

Todo amante de la fotografía debería ir de peregrinaje a esta exposición.

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