En blanco y negro fue la primera fotografía, allá en el siglo XIX. Fue la única manera de ver la realidad hasta principios del siglo XX, y la forma más barata y rápida de conseguir una instantánea.

El proceso para conseguir una copia acromática, una buena imagen en blanco y negro, era difícil, pero infinitamente más sencillo que una en color y mucho más barato. Mientras que un laboratorio de blanco y negro lo podías montar en el maletero de un coche -siempre que fuera estanco a la luz- un laboratorio de color exigía una fuerte inversión de dinero y medios. Esto, unido a la mayor estabilidad en el tiempo de las reproducciones, y a su más que evidente belleza, terminó por hacer de la fotografía en blanco y negro un clásico y noble procedimiento. Hacer fotografía en blanco y negro daba un aura al fotógrafo que lo hacía sobresalir por encima del común de los aficionados que hacía sus fotos con el “vulgar” carrete de color, salvo que fuera de diapositiva. Un fotógrafo de blanco y negro se podía meter en un laboratorio improvisado en su casa y manipular con reservas y quemados el negativo hasta conseguir un positivo digno de ser admirado.

Pero llegó la fotografía digital, el abaratamiento de los costes por copia, y lo más importante: las mismas posibilidades de expresarte en color o en escala de grises ( expresión más fría pero más realista). Hasta entonces sólo podíamos hacer fotografía “personal”, controlada de principio a fin, si cargábamos una T-Max o una Agfapan en la cámara. Ahora, gracias a esta socialización de la fotografía que es el mundo digital, todos podemos expresarnos incluso en color. Ya se puede previsualizar en color, utilizando términos del maestro del sistema de zonas Ansel Adams.

Esta sencillez sólo se puede entender desde un punto de vista económico. Todavía el fotógrafo tiene que saber comunicar lo que quiere expresar: servirse del color o utilizar la austeridad del blanco y negro. No es fácil elegir entre uno u otro. Ninguno comunica mejor que otro, ni una técnica es más apropiada para un tema en concreto. La mejor fotografía de reportaje parece que se hace en blanco y negro, pero si consultamos los últimos premios del WPP, comprobamos la misma fuerza en los trabajos realizados en color. Es trabajo del fotógrafo elegir en función de lo que quiera enseñar o comunicar a los demás; algunos dicen que el fondo es blanco y negro y que la forma es color.

La fotografía digital en blanco y negro no es en absoluto sencilla. Hay muchas maneras de trabajar en escala de grises pero con pocas se consiguen buenos resultados. Como siempre una foto puede tener múltiples interpretaciones pero pocas estarán bien afinadas.

En este pequeño curso se analizarán todos los pasos y todos los detalles que intervienen a la hora de conseguir un blanco y negro de calidad, por lo que no nos detendremos en aquellos procesos que no dan un buen resultado, tan solo los enumeraremos:

  • Escala de grises directo de la cámara: la mejor manera de perder desde el origen un tercio de la información total que puede ofrecer un sensor digital. Aunque todas las máquinas digitales sólo ven en escala de grises (el color digital es fruto de la interpolación), desechar esa información impide la combinación y la riqueza que pueden llegar a dar la combinación de los tres canales RGB.
  • Imagen>Modo>Escala de grises: es la manera más rápida de aplanar la gama de grises de una imagen.
  • Imagen>Ajustes>Desaturar: reduce la saturación de los tres canales en el mismo grado de forma automática. La intervención del fotógrafo es nula.

Estos tres métodos -que podemos ver en la ilustración que abre el post- sólo se podrían aplicar en el caso de tener poco tiempo, pocas ganas o para decir, con “conocimiento de causa”, que el blanco y negro digital no puede compararse con las técnicas de toda la vida. Aunque estas fotos se editen más tarde, la información ha quedado tan reducida que cualquier proceso será nefasto para el resultado final. En próximos artículos veremos cómo podemos conseguir un buen blanco y negro.

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